Sabía lo que quería. Con quién. Pero no cómo. Si no había logrado follar gratis desde hacía dieciséis años no sería fácil conseguirlo cobrando. Algunos se pasan la vida sin solucionar esa ecuación. Hoy en día en las universidades hay mayoría de chicas, así que son más las que han aislado la x.
Los martes venía Natalia. Hacía dos años que habían empezado sus visitas, consecuencia de la preocupación de la asistente social. Vicenta le explicó sus penurias y dificultades.
Entiendo lo que me dice – asentía la asistente social a con un tono oficial – ¿Puede usted ver qué número pone en su papel?
El treinta y siete, señorita- contestó Vicenta.
Pues son las personas que han venido a explicarme sus problema en el día de hoy. Aún le diría más: a pedirme, cuando no exigirme, soluciones. Lo siento, poco puedo hacer para ayudarla económicamente. Ahora bien, las penas con compañía son penas compartidas. – le recitó la asistenta.
Y eso ¿que coño quiere decir?– dijo Vicenta.
Que puedo gestionar la visita de una voluntaria que venga a verla cada semana, eh Vicenta. ¿Le gustaría?
Vicenta tardó en contestar. Al fin pensó que, a las malas, si apretaba el hambre siempre se la podría comer