martes, 8 de diciembre de 2009

Cuentos de Navidad (Capítulo II)

La vida de Nicolás era un caso claro de éxito mal digerido. De cómo una persona llega a la cima profesional y cómo puede olvidarse de que todo lo que sube baja en ausencia de viagra.
Nicolás nació en Pátara, Asia central, hacia el siglo V. Después se trasladó muy al Norte hasta el siglo XVIII. Y los últimos tres siglos, por suerte para él, había vagado por el Sur de Europa. Son bien conocidas las tasas de mortalidad de yonkis en el Polo Norte, muy superiores a la media de los países industrializados. Estudios científicos demuestran que el quedarse tirado en la nieve no ayuda a bajar esas tasas.
Los primeros siglos de vida de Nicolás fueron tristes. Bueno como era, contemplar la decadencia y la muerte de todo ser que amaba le desquiciaba. Con el tiempo encontró su sitio en el mundo y, a su vez, una paz interior que poco a poco fue mitigando el dolor que sentía.
Tardó un siglo en hallar silencio en sus pensamientos, en poder crecer y en darse cuenta de que dentro de él existían poderes que ya quisieran para sí los más poderosos reyes del planeta.
Los fue descubriendo poco a poco. Chasquido a chasquido. Cada vez era más fuerte. Y cuanto mayores se hacían sus poderes, más miedo tenía de no saber qué hacer con ellos.
Decidió irse, lejos, hacía el Norte. Tardó tres años en llegar a un sitio donde creía que sus poderes no podrían dañar a ningún ser. Así que allí se quedó, pensando qué hacer con ellos y aprendiendo a controlarlos. Ese lugar lo conocéis con el nombre del Polo Norte.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuentos de navidad ( capítulo I)

Le costó conseguir caballo. Cada vez tardaba más y el esfuerzo lo dejaba extenuado. A pesar de los temblores Nicolás consiguió tirar del émbolo. La jeringa se llenó de sangre. En unos segundos su realidad volvería a ser inofensiva. Parecía que las sienes le iban a estallar, palpitantes de ansiedad. El dolor de los riñones desaparecería en el momento en que la sangre volviera a su cuerpo y la droga cumpliera su cometido. Tuvo la fuerza justa para chutarse. Se dejó caer al suelo. Estaba en un paso subterráneo. Olía el mar. Volvería a ser fuerte. Un toro. Se había cagado encima. Chasqueó los dedos y ardió un fuego en el interior del túnel. Esas excentricidades impedían que los yonkis le robaran cuando el mono, o el caballo, hacían de él un caramelo para la jauría de muertos vivientes que compartían calle con él. Sabía que no siempre había podido sentir el frío, ahora el mono y la humedad le hacían tiritar más a menudo de lo que Nicolás se pinchaba.
El tiempo discurre de otra manera para un yonki. No obstante, era consciente del largo camino recorrido junto a la intravenosa y de cómo iban menguando sus poderes mágicos. Al principio chasqueaba los dedos y aparecían cientos de gramos. Al momento volvía a chasquear y la cartera se llenaba de billetes. Fueron buenos tiempos. A medida que avanzó la oscuridad, los poderes de Nicolás menguaron. Ahora aparecía un mísero gramo. Se pinchaba tan a menudo que no tenía fuerza para hacer aparecer billetes. Así fue como acabó en la calle.