sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuentos de navidad ( capítulo I)

Le costó conseguir caballo. Cada vez tardaba más y el esfuerzo lo dejaba extenuado. A pesar de los temblores Nicolás consiguió tirar del émbolo. La jeringa se llenó de sangre. En unos segundos su realidad volvería a ser inofensiva. Parecía que las sienes le iban a estallar, palpitantes de ansiedad. El dolor de los riñones desaparecería en el momento en que la sangre volviera a su cuerpo y la droga cumpliera su cometido. Tuvo la fuerza justa para chutarse. Se dejó caer al suelo. Estaba en un paso subterráneo. Olía el mar. Volvería a ser fuerte. Un toro. Se había cagado encima. Chasqueó los dedos y ardió un fuego en el interior del túnel. Esas excentricidades impedían que los yonkis le robaran cuando el mono, o el caballo, hacían de él un caramelo para la jauría de muertos vivientes que compartían calle con él. Sabía que no siempre había podido sentir el frío, ahora el mono y la humedad le hacían tiritar más a menudo de lo que Nicolás se pinchaba.
El tiempo discurre de otra manera para un yonki. No obstante, era consciente del largo camino recorrido junto a la intravenosa y de cómo iban menguando sus poderes mágicos. Al principio chasqueaba los dedos y aparecían cientos de gramos. Al momento volvía a chasquear y la cartera se llenaba de billetes. Fueron buenos tiempos. A medida que avanzó la oscuridad, los poderes de Nicolás menguaron. Ahora aparecía un mísero gramo. Se pinchaba tan a menudo que no tenía fuerza para hacer aparecer billetes. Así fue como acabó en la calle.

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