martes, 2 de junio de 2009

Ojos que no ven corazón que no siente

Tres llamadas en el móvil. Es Sara. Qué raro. Pesada! Son las nueve de la mañana. Me levanto. Enciendo la tele. Bostezo. Me toco la polla. Voy a mear. Aprovecho y me ducho. Sólo ducha nada de paja. Miro el móvil. Me reclama, tres llamadas perdidas. Imposible ignorarlas. Enganchado al móvil o a la gente, la cuestión es estar enganchado. Seis tres cinco seis cinco cuatro tres y dos números más (no sea que nos caiga una demanda).
-¿Dime pesada, qué pasa? – intento poner un tono neutro, tres llamadas a las nueve no pinta nada bueno.
-¡Hola Marcos!- tiene voz de borracha– Estoy jodida, me peleé ayer con Javier y no he dormido.
-Joder, intenta dormir. Seguro que haréis las paces por la tarde, pero necesitarás haber dormido- intento ir acabando, la llamada me molesta.
- No lo quiero ver- empieza a llorar.
Está jodiéndome la mañana. Es la novia de mi mejor amigo. Está buenísima. Pero sigue siendo la novia de mi mejor amigo.
-Ven a mi casa, por favor, por favor. Tengo miedo de lo que pueda hacer –implora.
-Sara, Sara, dame cinco minutos. Te llamo- Intento ganar tiempo. Localizar a Javier. Enviarlo a casa de Sara. Que eche un buen polvo. Y tener la mañana para mí. Javier tiene el móvil apagado. ¡Mierda! Todo indica que me voy a comer una mierda que no es mía.
Vuelvo a llamar a Sara.
-Hola, soy yo. A ver, dame quince minutos. Y deja de beber- ya me he metido en papel. Cuelgo. No doy tiempo a que conteste. No me interesa lo que tenga que contarme. No tengo posibilidades de follármela. Habrá que solucionarlo rápido. Nada que ganar, mucho tiempo que perder. Vuelvo a llamar a Javier, sigue apagado. Dejo mensaje. La idea es clara, darle valiums hasta que se duerma. En un cuarto de hora estoy llamando a la puerta.
Me abre Sara. Lleva unas braguitas azul claro. Un top de de superman. Y un envolvente pestazo a vino. Tiene la cara destrozada de llorar, el cuerpo perfecto. Entro y la sigo hasta el comedor. El comedor es un comedor, con su puerta, su mesa, sus dos sofás, su balcón y su suelo. Coño, no puede ni hablar. Sus pechos, pequeños, luchan por desgarrar el top. Y las braguitas, al seguirla se han convertido en tanga. De repente no tengo tanta prisa. Los valiums siguen en mi bolsillo.
-Es un hijo de puta -cae al suelo entre convulsiones. Voy a la cama, sin prisa, nunca mueren. Cojo la almohada y se la pongo debajo la cabeza. Está inconsciente. Aprovecho para investigar. En la habitación hay cuatro botellas de vino vacías. Cojo una silla. Me siento delante de Sara. No me preocupa su salud, simplemente es esta borracha.
Miro cómo respira. Me estoy poniendo como una moto. Me levanto. Voy a la cocina. Cojo un vaso de agua. Me acerco a Sara. Le sujeto el cuello, con delicadeza, e intento que beba. Ella gimotea. Yo dejo que el agua caiga en su boca cerrada y resbale hacia su pecho, hasta que el top se convierte en una transparencia. Vuelvo a sentarme. Joder. Hasta ese momento no me he atrevido a mirarle el coño. Sabía lo que pasaría.
Le grito al oído. Ni se mueve. Ni abre los ojos. Me siento en el suelo. Le acaricio las piernas. Lentamente acerco la mano a su sexo. No noto respuesto. No tiene sentido andar con rodeos. Hace rato que tengo preparada la polla. Aparto las braguitas. Y me la follo. Cuatro triste embestidas. Demasiada excitación. Antes de correrme la saco. Me corro en su boca. Kleenex, no queremos lamparones cuando se levante. Le obligo a beber un vaso de agua. Llamo a Javier. Buzón de voz.
-Javier, llámame, estoy hasta los cojones de cuidar a tu novia.
Cojo a Sara. La llevo a la cama. Busco un pantalón de pijama. Bajo la persiana. La dejo durmiendo la mona.
Voy al comedor. Al cabo de una hora llama Javier.
-Coño, ¿qué ha pasado?- no descifro su tono.
-Que qué ha pasado, que me ha llamado tu novia a las nueve de la mañana. Borracha, llorando que no quería vivir. Ahora está dormida. Vente a su casa que estoy hasta la polla- dije.
Diez minutos después Javier había llegado. Le expliqué todo. Bueno, todo, todo no.
-Te debo una, gracias- Me dice Javier mientras me abraza.
-No me debes nada, no seas idiota-
Fui a casa. Una ducha. Remordimientos, ya se sabe, la primera vez. Con un poquito de asco de mí mismo seguí a mis cosas. A las diez me llamó Sara
-Hola Javier, llamo para disculparme – estaba acojonada.
-Chica, no te has de disculpar de nada- yo alerta, no sabía hacia dónde iba la conversación.
-No me acuerdo de nada. Javier me ha dicho que te llamé y pedí ayuda.
-Me llamaste llorando, no querías vivir más. Así que fui hacerte compañía hasta que localicé a Javier -dije. – ¿De verdad que no te acuerdas?
-De nada-dijo Zara.
-Te lo cuento, pero no se lo digas a Javier. Me abriste con tanga y quisiste que follásemos –dije entre risas.
- Y que pasó ¿follamos? -
-No. Eres la novia de Javier. Te puse el pijama y te acosté- dije, serio.
-Hoy he roto con Javier. No lo quiero ver en mi vida y, ¿sabes? las buenas acciones tienen su recompensa, ¿qué te parece si cenamos un día de estos?

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