miércoles, 26 de agosto de 2009

Reunión de pastores, ovejas muertas. Penúltimo capítulo.

Fotografia: Terry Richardson


La Mari estaba en la cama. No fue difícil fingir que se tomaba la medicación. Hoy era viernes. Hoy tocaba flujo. Tocaba violación. Estaba preparada. Sexo consciente. Por la mañana se había depilado. Que fuera a ser violada no significa que no tuviera su corazoncito. A saber con qué pelos la habría visto el director. Sobre las doce oyó a alguien que se acercaba. Cerró los ojos. Escuchó cómo se abría la puerta. La moqueta amortiguó el ruido del cinturón al caer junto con el pantalón. Notó unos dedos en la boca. Tuvo que contenerse. Las sedadas no chupetean dedos. Mari no se había puesto bragas. El dedo entró sin oposición. Sin florituras, pero efectivo. El director consumó la violación cuando, a su entender, la Mari estaba lo bastante dilatada como para no dejar marcas. La Mari, en cambio, echó de menos el lubricante. A la tercera embestida el cuerpo inerte de la Mari recobró toda su fuerza. Toda la fuerza que pueda tener una señora de setenta y tres años. Y sujetándole con las piernas lo atrajo hacia ella diciendo: - Cabálgame, cabálgame jinete. Dale caña a este cuerpo serrano-. El director chilló e intento zafarse como los cangrejos. Fue a dar con el suelo.
La Mari reía – ven con mami, yogurcito- decía entre risas. La puerta de la habitación se abrió. Aparecieron seis viejas con Néstor. Entraron y cerraron la puerta.
-Que no les engañe mi polla, esto no es lo que parece- dijo el director, buscando su dignidad por la habitación. De la dignidad ni rastro.
-Bien, pues explíquese – replicó Helena.
- La verdad, la verdad… Eso es, sí, soy sonámbulo. Estoy tan sorprendido como vosatras.- balbuceaba el director.
- Pues, entonces, si usted es sonámbulo, eso lo explica todo. No tiene ninguna responsabilidad. Estaba usted dormido. No era consciente de sus actos.
-Bien, me alegro que todo se haya aclarado. Váyanse a dormir y mañana será otro día- se despidió dirigiéndose a la puerta.
-Espere, señor director ¿sabe por qué le entendemos? Porque nosotras también somos sonámbulas.- La sonrisa dejó al descubierto una dentadura perfecta. De esas que por la noche dejas en remojo.
Néstor aprovechó el desconcierto del director para golpearle con una porra en la nuca. Por unos segundos perdió el conocimiento. Antes de darse cuenta lo habían colocado ante la mesa. La cara pegada al tablero. El culo en pompa. Atado.
-Néstor, saca los juguetitos, que hemos venido a divertirnos- dijo Helena.
Néstor sacó siete consoladores con cinturón. Las viejecitas parecían niñas. Daban miedo.
-Yo la primera, que llevo un buen calentón – chilló la Mari.
-¡Qué vais hacer, perras!- aullaba el director. No paró de gritar, llorar y gemir durante los siguientes veinte minutos. Obviaremos sus diálogos de aquí en adelante.
La Mari se ajustó el cinturón y fue a matar. Estocada certera. Ninguna compasión. Antes de violarlo le plantó un bote de vaselina delante de la cara.
-Así la próxima vez que mantengas relaciones sexuales, te acordarás de utilizar lubricante, mamón- le escupió en palabras la Mari. La Helena fue la segunda. La sangre empezaba a ser abundante. Hasta la quinta, La Lourdes, nada significativo: más sangre, más sollozos. Sentían una macabra espiral de deseo. Cada vez más a saco. Con la sexta, la Pepa, fue un poco más complicado. Una operación de cadera. El palo del mocho sirvió como miembro. No tiene venas de silicona pero duele igual. Las compañeras le movían la silla de ruedas hacía atrás y hacía delante. La muy cabrona le destrozó por dentro. La séptima se negó, dijo que eso no era un ojete. Que no sabía lo que era pero que eso ya no era un culo.
- Tienes que matarlo, Néstor, así es como quedamos. No te sepa mal, mira como está, le harás un favor.

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